Monday, November 06, 2006

El amor y el brazo de la ley

Percibí un tibio aliento que resoplaba sobre mi cara. Al abrir los ojos choqué con su mirada penetrante, llena de furia despreciada. Su rostro me era casi irreconocible. Dude, pero era él, el fantasma de aquellos tiempos que deseaba olvidar.

Traté de incorporarme, pero mi cuerpo no respondió a mis órdenes. Sentí mis manos y pies atados y su mano sobre mi cuello, no podía hacer nada, ni siquiera gritar.

Me miró en silencio por unos minutos, deslizo torpemente sus manos por cuerpo, desgarrando mi falda. Sus manos, las que alguna vez lograron estremecer mi cuerpo hasta llevarme al delirio del placer, esas manos me recorrían con ansiedades desconocidas, dejando cicatrices indelebles en mi piel.

En un ruido casi gutural, pregunté ¿por qué?... Si no eres mía, no serás de nadie… Dijo.
Mientras el frió del metal me recorría, retornando algo de de sensibilidad a mi anestesiado cuerpo. Era el mismo Taurus con que me había enseñado a disparar.

Si no eres mía, no serás de nadie… sus ojos estaban nublados por las lágrimas contenidas.

Si no eres mía, no serás de nadie… Mientras me levantaba la polera hasta cubrirme el rostro y besaba con un gesto de extraña ternura mis senos.

“Si no eres mía no serás de nadie…”, sonaba en una cada vez más distante letanía. Perdí la conciencia, me desvanecí entregada a aquel destino que creía ya escrito.

Reaccioné con el peso de cuerpo sobre mi estomago y el ruido de nuestros corazones agitados. Lloraba, él lloraba como un niño sobre el regazo de su madre muerta. Tenía tanto o más miedo que yo.

Aún inmovilizada y con el rostro cubierto, la sangre y las lágrimas se mezclaban en mi boca, silenciándola… pude haber gritado y romper el ritual de inmolación. Pero no lo hice. Quizás resignada, tal vez con la esperanza de que todo acabara y decidiera dejarme en paz de una vez por todas.

Fueron horas quizás, días, alternando el llanto con los golpes, las caricias y la violencia.

De pronto voces, ruidos, gritos, golpes… Silencio.... y unos brazos desconocidos que me cobijan, agua sobre las heridas del cuerpo y pastillas sobre las heridas del alma…. estaba a salvo de él, pero no de mis culpas.









Cuadro: El miedo en México de MERCEDES NAVEIRO
Fuente:http://www.mercedesnaveiro.com.ar/2000-2003.htm

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